
A menudo me llaman mujeres con la intención de solicitar una cita para su pareja: novio, marido o amante. Alegan que él es muy neurótico y necesita ayuda urgente. Sin embargo, al hacerles algunas preguntas, no tarda en salir a la luz que el supuesto paciente desconoce por completo que le están concertando su primera visita, o que todo es parte de un ultimátum impuesto por ellas mismas.
Son muchas las personas que controlan a su pareja en numerosos aspectos de su vida: el trabajo, las relaciones familiares, los amigos, las aficiones. Esto se traduce en interrogatorios constantes, lamentos, registros a escondidas de las pertenencias, fisgoneo en agendas telefónicas o correos electrónicos, e incluso espionaje a través de perfiles falsos en redes sociales. Estos «detectives» desconfiados y compulsivos sólo alcanzarían cierta tranquilidad si lograran el dominio absoluto sobre su pareja, algo que no sólo es imposible, sino también profundamente patológico.
¿Por qué sucede esto?
Detrás de estas conductas de supervigilancia no se encuentra el amor, sino profundas inseguridades, carencias afectivas de la infancia, omnipotencias narcisistas, dependencias emocionales extremas, envidias secretas e incluso ansias inconscientes de infidelidad. Como en todas las parejas conflictivas, lo que está en juego es la interacción de dos neurosis complementarias: una que domina y otra que se somete. Son dos personas atrapadas en una prisión emocional muy dolorosa de la que no saben o no quieren salir.
La solución no está en cerrar los ojos y culpar únicamente al otro. Tampoco en obligar a nadie a hacer terapias sin su voluntad. La única salida real es que ambos se den cuenta del papel que juegan en la construcción de esa prisión neurótica. Sólo así podrán encontrar formas de crecer, madurar y establecer relaciones mucho más sanas y equilibradas.