El enamoramiento es una droga. Enamorarse significa idealizar, soñar, confundirnos. Es un reflejo de nuestras carencias, de nuestras ansias de ser salvados, de sentirnos queridos y admirados, hasta el punto de sacrificar la realidad en favor de un sueño dorado. Cuanto más vacíos y desesperados nos sentimos, más intensos suelen ser nuestros enamoramientos. Y aunque los peligros sean evidentes, seguimos deseando enamorarnos y que otros se enamoren de nosotros. Es una de las formas de escape más baratas, populares y placenteras, además de estar completamente aceptada socialmente. De hecho, a diferencia de otras adicciones, no ser «adicto» al enamoramiento te convierte en un bicho raro. Enamorarse parece casi obligatorio.

El enamoramiento está en todas partes: en la televisión, en los libros, en el cine. ¿Existe alguna película que no incluya una «historia de amor» típica y predecible? Eso sí, siempre concluye con el beso final, omitiendo lo que suele venir después: los celos, las posesiones, las peleas, las infidelidades, las separaciones…

No es de extrañar que los naufragios románticos sean proporcionales a la intensidad con que comenzó la relación. Muchas personas anhelan vivir constantemente bajo esa «ebriedad» emocional. Frases como «¡Qué bonito es vivir enamorado!» o «Oh là-là, l’amour fou» celebran esa exaltación. Pero, cuando el enamoramiento se desvanece tan rápido como empezó, llega la desesperación. Con la misma inconsciencia con la que se dejaron llevar, suplican el retorno del «amado/a», sin haber aprendido nada de la experiencia.

La realidad es que nadie lo suficientemente sano y maduro se enamora fácilmente. ¿Por qué?
– Porque no necesita aferrarse a nadie ni proyectar cualidades reprimidas sobre otra persona para admirarla.
– Porque se conoce a sí mismo y acepta las realidades de la vida.
– Porque no necesita idealizar el sexo ni las relaciones, ya que entiende su naturaleza y las vive con naturalidad.

El enamoramiento, con su carga de idealización y fantasía, es a menudo la causa de desastres emocionales. ¿Te arriesgarías a cruzar el Atlántico en velero con el primer desconocido que encuentres? Una relación sólida no se construye sobre esta euforia pasajera, sino sobre la capacidad de trascenderla y alcanzar niveles más profundos de amistad, afinidad, empatía, cariño, complicidad y apoyo mutuo. Esto, y no el sueño romántico, es el verdadero amor: una realidad, no una fantasía.

Sabemos que una sociedad neurótica sólo puede generar mitos neuróticos. El mito romántico es uno de ellos. Estas fantasías dificultan el aprendizaje de relaciones de pareja más realistas, maduras e integradas. El verdadero amor no es la exaltación del enamoramiento, sino el fruto del conocimiento mutuo, el respeto y el crecimiento compartido.

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