
A menudo creemos que amar significa «mimar»: colmar a alguien de caricias, atenciones, halagos, favores, regalos, porque «lo queremos muchísimo». También pensamos que amar es «sobreproteger», es decir, cuidar al otro con advertencias constantes, consejos, prohibiciones, reproches, o incluso haciéndole las cosas «por su bien y seguridad».
Estamos equivocados.
Mimar y sobreproteger no ayudan a la otra persona (especialmente a los niños). Por el contrario, estas actitudes tienden a debilitarla, fomentan su dependencia, le hacen dudar de sus propias capacidades, anulan su sentido de responsabilidad y le impiden madurar emocionalmente. Incluso pueden enseñarles a explotar narcisistamente la atención y los cuidados de los demás. Todo esto es incompatible con el amor verdadero.
Entonces, ¿por qué mimamos y sobreprotegemos?
– **La persona sobreprotectora** no actúa por amor (aunque crea que sí), sino por sus propios miedos, sentimientos de culpa, deseos de control o su «síndrome del salvador». En realidad, sigue los dictados de su neurosis.
– **La persona que mima en exceso** intenta llenar sus propias carencias afectivas, gratificarse a través del otro o incluso «comprar» cariño con sus cuidados. Al igual que la sobreprotectora, responde a sus propias inseguridades.
El amor real no consiste en usar, consciente o inconscientemente, al otro para aliviar nuestras heridas o satisfacer nuestras necesidades emocionales. Amar de verdad requiere ver, conocer y **respetar** al otro. Esto significa cuidarlo bien, pero manteniendo una sana distancia emocional y física. Implica:
– Darle su propio tiempo y espacio, según su edad y carácter.
– Soportar verlo equivocarse y, a veces, incluso sufrir un poco, para que aprenda a manejar la frustración.
– Permitirle tomar decisiones y asumir la responsabilidad de sus aciertos y errores.
Estas acciones no son fáciles, pero fortalecen a la persona amada y le ayudan a crecer.
Porque amar de verdad no es controlar ni sobrecargar de mimos.
Es desear y fomentar su **libertad**.
Comentarios