Actualmente, está muy extendida la creencia de que los padres deben ser «amigos» de sus hijos. Quienes lo logran, o creen lograrlo, suelen presumir de vivir en familias «democráticas», donde supuestamente todos se tratan de igual a igual, sin jerarquías ni imposiciones. Sin embargo, muchas personas sabemos que este enfoque no es ni saludable ni funcional. Los niños necesitan algo más que afecto y compañía: requieren normas, límites claros y adultos de referencia que les ofrezcan seguridad, contención y guía. Pero en el contexto actual, la sana autoridad —frecuentemente confundida con autoritarismo— se ha vuelto mal vista. Vivimos en un tiempo donde todo debe ser «horizontal»; nadie parece mandar, nadie obedece, y las decisiones se toman «en común». Este marco ideológico, aunque bienintencionado, ha llevado a muchos padres a renunciar a sus responsabilidades parentales, adoptando el rol de «colegas» de sus hijos.

Estos padres, en muchos casos, son personas inmaduras o cargadas de culpa. La culpa puede provenir de su estilo de vida, de conflictos personales o incluso de rupturas de pareja, y los lleva a intentar ganarse a sus hijos o controlarles mediante un «colegueo» excesivo. Participan con ellos en redes sociales, imitan su forma de vestir, comparten todas las actividades (desde los deberes hasta las compras y la cocina), financian sus «botellones» y caprichos, y en algunos casos más extremos, salen de fiesta juntos, se emborrachan juntos o incluso comparten experiencias sexuales. Hemos pasado de un extremo a otro: antes los padres eran figuras casi intocables, tratadas de «usted» y dotadas de una autoridad incuestionable. Ahora, temerosos de ejercer cualquier tipo de control, muchos progenitores han optado por la permisividad absoluta, confundiendo amistad con crianza.

### El daño de los padres-colegas

Aunque pueda parecer un enfoque progresista o moderno, el vínculo de «amistad» entre padres e hijos es profundamente disfuncional. En lugar de fomentar la autonomía y el desarrollo saludable de sus hijos, estos padres los alientan a ser dependientes. Esto ocurre porque, sin darse cuenta, utilizan a sus hijos para canalizar sus propias necesidades emocionales, prolongando su infancia o adolescencia no resuelta. En lugar de liderar y proteger, se refugian en sus hijos, robándoles inconscientemente su amor, buscando poder o alivio, o incluso compitiendo con ellos por envidia hacia su juventud, belleza o energía.

Estas relaciones no sólo son inadecuadas, sino que también niegan al hijo su derecho a una crianza adecuada. Las necesidades del adulto dañado prevalecen sobre las del niño, y esta dinámica tiene consecuencias devastadoras: **confusión de identidad, falta de referentes respetables o admirables, bloqueo de sentimientos genuinos, carencia de protección emocional, inseguridad y una sensación constante de desamparo emocional.** En esencia, estos niños crecen con una forma de orfandad emocional que afecta profundamente su capacidad para desenvolverse en la vida adulta, ya sea en sus relaciones, en el ámbito laboral o en su vida emocional.

Los hijos de padres-colegas suelen desarrollar una amplia gama de problemas neuróticos: inseguridad, adicciones, depresiones, ansiedades, trastornos alimentarios o de personalidad, oposicionismo y problemas con la autoridad. Su desarrollo emocional se ve obstaculizado porque nunca contaron con padres que les enseñaran a enfrentarse al mundo, a construir su autonomía y a sentirse seguros.

### La renuncia al rol parental

En el fondo, los padres que buscan ser «colegas» de sus hijos están renunciando a su rol más importante: ser padres. Toda madre y todo padre debería tener claro que su labor no es buscar apoyo emocional en sus hijos, sino ofrecerles sostén, guía y seguridad. En la naturaleza, los progenitores cumplen un papel protector y educador que, aunque intenso y difícil, también es transitorio. Los roles de mamá y papá son únicos y no pueden compatibilizarse con otros como el de «amigo». Los hijos necesitan padres que los guíen con afecto, pero también con firmeza, para ayudarlos a desarrollarse como individuos independientes y seguros.

Además, es esencial que tanto padres como hijos desarrollen otras áreas de su vida —amistades, relaciones de pareja, aficiones, vida social— fuera del marco familiar. Si las relaciones padres-hijos se mezclan con funciones que no les corresponden, se dificulta el proceso de destete emocional necesario para que los hijos construyan su propia vida.

### El amor verdadero incluye límites

Contrario a lo que muchos creen, se puede ser afectuoso y tener autoridad al mismo tiempo. De hecho, esto es precisamente lo que los hijos necesitan. Padres que les brinden amor y cuidado, pero también seguridad, límites y confianza en sí mismos y en el mundo. Cuando los padres asumen este rol, los hijos crecen con una base emocional sólida que les permite formar relaciones saludables, tomar decisiones autónomas y desarrollar una vida plena.

Por el contrario, intentar ser «amigo» de un hijo no es una muestra de modernidad ni de amor verdadero; es un reflejo de confusión y, muchas veces, de carencias no resueltas en el propio adulto.

### Reflexión final

La idea de la «amistad» entre padres e hijos, tan popular y celebrada hoy en día, es en realidad un síntoma de una sociedad profundamente desorientada. Una sociedad donde se confunden roles esenciales, donde todo vale y donde se ha perdido la comprensión de que la crianza exige afecto, pero también firmeza y dirección. Padres que sepan ser padres permitirán que sus hijos vivan satisfechos, seguros y con la libertad de elegir todos los amigos que quieran en su camino. Porque, al final, **los hijos no necesitan un «amigo» en casa; necesitan un padre o una madre que ejerza como tal.**

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