
Todos hemos experimentado lapsus o actos fallidos, esos «goles» que nuestro inconsciente le marca a nuestra voluntad sin que podamos evitarlo. Se trata de esos momentos en los que intentamos decir una cosa, pero pronunciamos otra. O cuando planeamos hacer algo y, misteriosamente, siempre se nos «olvida». O incluso, cuando no podemos recordar dónde hemos dejado algo que consideramos importante. Estos pequeños «errores» son, en realidad, manifestaciones del inconsciente, que a menudo nos hacen excusarnos con frases como «¡ay, perdona, no fue mi intención!», o «¡uy, qué tonta/o, ha sido sin querer!», o incluso «es que estaba un poco borracho/a». Sin embargo, la verdad es que estas situaciones suelen ser «erupciones» de deseos reprimidos, emociones ocultas o tensiones internas que negamos conscientemente porque nos resultan incómodas o vergonzantes.
Veamos algunos ejemplos comunes:
– Un padre pierde la paciencia con su hijo/a y le da una bofetada, justificándolo después como un «error momentáneo».
– Una mujer, en medio de una discusión acalorada con su pareja, grita: «¡eres un inútil!», aunque luego intente suavizarlo diciendo que no lo pensó.
– Una madre, en un arrebato de ira, lanza «sin querer» un objeto peligroso hacia su hija.
– Dos amigos, tras unas copas, comienzan a discutir y uno termina dando un puñetazo al otro.
– Un pasajero irritado en el transporte público pisa con fuerza a alguien «sin darse cuenta».
– Una joven olvida felicitar el cumpleaños de su mejor amiga, aunque lo había apuntado en su calendario.
– Un hombre llega sistemáticamente tarde a sus citas importantes, justificándolo con «contratiempos inevitables».
– Una madre llama repetidamente a una de sus hijas con el nombre de otra, como si fuese un simple desliz.
A primera vista, estos eventos pueden parecer simples errores, accidentes o coincidencias. Sin embargo, si los analizamos con atención, especialmente en el contexto de una psicoterapia, se revelan como expresiones de deseos o emociones profundas que intentamos negar o reprimir. Por ejemplo:
– El padre que da la bofetada puede estar sintiendo un resentimiento acumulado o una frustración que, al no ser gestionada, se manifiesta de forma impulsiva.
– La mujer que insulta a su pareja podría estar exteriorizando un desprecio latente que ha reprimido hasta ese momento.
– La madre que lanza el objeto demuestra, en ese instante, un odio inconsciente que supera su instinto protector.
– El amigo que golpea al otro después de beber revela tensiones previas, quizá celos o resentimientos que el alcohol desinhibe.
– El pasajero que pisa a otro pone de manifiesto su ira contenida hacia el mundo, usando el acto como una descarga emocional.
– La joven que olvida el cumpleaños de su amiga posiblemente esté atravesando un conflicto emocional con ella o siente que la relación no es tan sólida como parece.
– La persona que siempre llega tarde podría estar evitando inconscientemente compromisos o actividades que no le interesan.
– La madre que confunde los nombres de sus hijas quizá delata, sin darse cuenta, un favoritismo marcado.
Estos «fallos» no son tan accidentales como queremos creer. Son señales del inconsciente, que encuentra formas de expresarse pese a nuestros esfuerzos por ocultarlo. Como los volcanes que entran en erupción o las tormentas que rompen la calma, nuestras emociones reprimidas pueden salir a la superficie con una fuerza que no podemos ignorar.
Por eso, aunque sea incómodo, es más sabio y liberador aceptar estos lapsus como revelaciones de lo que realmente sentimos. En lugar de decir «ha sido sin querer», es mejor reflexionar sobre lo que realmente ocurrió y admitir: «Esto se me escapó porque, en el fondo, es lo que sentía o deseaba». Este acto de honestidad requiere valor, autoconocimiento y reconciliación con nuestras emociones más profundas. Solo al aceptarlas podemos empezar a comprendernos mejor y relacionarnos con los demás de manera más auténtica.