
Últimamente se ha popularizado la idea de que, cuando decidimos romper con familiares, parejas u otras personas que nos dañan de forma irremediable, lo mejor es establecer lo que se conoce como «contacto cero». Este enfoque sugiere que cortar toda interacción con esas personas no solo eliminará el problema, sino que también facilitará nuestra recuperación emocional.
¿Es realmente así de simple? Si bien es cierto que no podemos sanar sin alejarnos del entorno tóxico que nos afecta, esta medida, aunque útil, a menudo resulta insuficiente. En casos donde la toxicidad es una excepción o un episodio puntual, como puede ocurrir en algunas relaciones de pareja, el contacto cero puede ofrecer alivio y restaurar el equilibrio emocional previo al vínculo. Sin embargo, en relaciones más complejas y prolongadas, como las familiares o aquellas basadas en patrones neuróticos profundos (miedos, dependencias, inmadurez, entre otros), esta estrategia no es suficiente para resolver el problema de fondo.
El desafío de implementar el contacto cero
Uno de los obstáculos más comunes es que el contacto cero rara vez se lleva a cabo de manera completa. Muchas personas que han sido profundamente heridas carecen de la autoestima o fortaleza necesarias para alejarse por completo. Esto las lleva a resistirse, ya sea consciente o inconscientemente, a cortar el vínculo con sus agresores. Es común que realicen «escapadas» incompletas, como mantenerse en contacto a través de llamadas, mensajes o redes sociales, ya sea por iniciativa propia o porque toleran la persecución y manipulación de la otra parte. En otros casos, retoman la relación en algún momento o experimentan duelos extremadamente dolorosos y prolongados.
El problema de fondo no desaparece
Aunque el alejamiento puede poner fin a los episodios más traumáticos, no aborda las secuelas emocionales ni previene que se repitan dinámicas similares en el futuro. Esto se debe a que las relaciones tóxicas suelen ser bidireccionales: son el resultado de complementariedades neuróticas entre las partes. Por ejemplo, una persona dominante o agresiva tiende a buscar parejas o vínculos con personas sumisas, mientras que estas últimas pueden sentirse atraídas hacia figuras de autoridad o control. Esta complementariedad es lo que, en muchos casos, sostiene el vínculo. Sin embargo, cuando uno de los involucrados muestra mayor madurez, estabilidad emocional o incompatibilidad con el otro (ya sea por ser demasiado diferente o incluso demasiado similar), la relación tiende a ser breve o no llega a consolidarse.
El rol de la psicoterapia
Aunque el contacto cero puede ser recomendable en la mayoría de los casos (exceptuando aquellos en los que existen circunstancias de fuerza mayor, como hijos en común, negocios compartidos o responsabilidades hacia familiares dependientes), no es una solución suficiente para las personas con heridas emocionales profundas. Sin abordar los conflictos internos que perpetúan estos patrones, es probable que formen nuevos vínculos igualmente dañinos.
Es aquí donde la psicoterapia se convierte en una herramienta esencial. A través de un proceso terapéutico, las personas pueden identificar las raíces de sus problemas, comprender sus dinámicas relacionales, fortalecer su autoestima y desarrollar mayor madurez emocional. Este trabajo interno no solo facilita la superación de las heridas pasadas, sino que también previene la repetición de ciclos de dolor, tanto conscientes como inconscientes.
En conclusión, aunque el contacto cero puede ser una medida útil para protegerse y ganar perspectiva, no debe verse como una solución definitiva. Para sanar verdaderamente y evitar relaciones tóxicas en el futuro, es necesario un enfoque más profundo que contemple la autocomprensión, la madurez emocional y, en muchos casos, el acompañamiento profesional.
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