El amor auténtico no puede existir sin cuidado, ya que el cuidado es su expresión más genuina. Un componente esencial de cualquier cuidado profundo es la disponibilidad amorosa, o lo que podríamos llamar la capacidad de estar verdaderamente presentes y accesibles para el otro.

Esta presencia amorosa es, a menudo, un aspecto infravalorado en nuestras relaciones, al punto de que su ausencia ha llegado a considerarse algo normal. Sin embargo, su importancia no puede ser subestimada. Ser realmente disponible implica, tanto consciente como inconscientemente, mantenernos abiertos, receptivos y atentos a las necesidades emocionales y psicológicas de quienes amamos. Si esto falta, ¿qué valor tendría contar con una madre, amigo o pareja que raramente responda cuando la necesitamos, que no logre escucharnos con atención o comprendernos, o que apenas disponga de tiempo para vernos, cuidarnos o simplemente acariciarnos?

Es cierto que hay múltiples razones que pueden limitar nuestra capacidad de estar disponibles: nuestras propias inseguridades o conflictos internos, la falta genuina de tiempo, la rutina abrumadora, el estrés diario, otras prioridades que reclaman nuestra atención o incluso los vínculos con otras personas. Pero es crucial entender que, aunque intentemos justificarnos con las mejores intenciones, tarde o temprano, nuestra falta de disponibilidad emocional hará que la otra persona se sienta descuidada, sola o incluso abandonada. Esto sucede porque así funciona el amor y, más profundamente, el corazón humano.

En muchos casos, para evitar confrontar nuestra falta de disponibilidad o incluso nuestra incapacidad para amar plenamente, tendemos a proyectar el problema en el otro. Es común escuchar acusaciones como «eres demasiado demandante», «eres dependiente», «me agotas», o «eres excesivamente exigente». Aunque en algunos casos estas observaciones pueden tener algo de verdad, no debemos olvidar que estas conductas suelen tener su raíz en carencias emocionales significativas, especialmente cuando se originan en la infancia. Los niños que crecen sintiendo una falta de disponibilidad emocional en sus cuidadores suelen desarrollar una «hambre de amor», que se manifiesta en una mayor necesidad de atención o en lo que a menudo se etiqueta como dependencia emocional.

Cuando esta carencia de disponibilidad es persistente, inevitablemente empiezan a surgir problemas: quejas, celos, malentendidos, reproches, desapegos, conflictos, violencia emocional, infidelidades e incluso visitas al terapeuta. No es raro que esta sea la causa principal detrás del desgaste y eventual ruptura de tantas relaciones.

Por ello, antes de señalar con el dedo y culpar a los demás por «pedirnos demasiado» o tomar la decisión de alejarnos de quienes consideramos «demandantes», sería más valioso y honesto reflexionar profundamente sobre nuestra propia capacidad de estar disponibles. Dicho de otro modo, examinar el estado real de nuestra capacidad de amar de manera auténtica y presente.

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