Muchos padres llegan a consulta preocupados por lo que describen como el «mal comportamiento» de sus hijos. Afirman que son desordenados, desobedientes, irrespetuosos o que tienden a hacer siempre lo que quieren. Sin embargo, al profundizar en la dinámica familiar, casi siempre se descubre una realidad común: en estas familias hay muy pocas costumbres consolidadas, casi no existen hábitos ni horarios definidos, y las responsabilidades suelen improvisarse día a día. En este contexto, es natural que los niños reflejen ese mismo caos. ¿Cómo podrían actuar de manera diferente si no tienen un modelo claro a seguir? Los niños, con su aguda capacidad de observación, no tardan en señalarlo. Por eso, cuando los padres los regañan, muchos responden con reproches como: *»¿Y tú qué?»*

Los niños son auténticas esponjas emocionales y conductuales. Desde edades tempranas, absorben, interiorizan y reproducen, de manera consciente o inconsciente, todo lo que observan en su entorno, especialmente en sus figuras de referencia más cercanas: sus padres. Este proceso ocurre continuamente, incluso en los momentos que los adultos consideran insignificantes. Pero, además de su capacidad de imitación, los niños poseen un sentido innato de justicia y equidad. Por esta razón, tienen dificultades para aceptar órdenes que perciben como arbitrarias, inconsistentes o autoritarias. Y cuando estas órdenes provienen de adultos que no son un ejemplo de lo que predican, la desconexión se vuelve aún mayor. A diferencia de los adultos, que a menudo toleran dobles raseros, los niños no soportan las injusticias.

Cuando los padres imponen reglas de manera incoherente o inconsistente, o exigen conductas que ellos mismos no practican, los niños comienzan a cuestionar su autoridad. Con el tiempo, esto puede erosionar la confianza, el respeto e incluso el afecto que los niños sienten hacia ellos. Este deterioro emocional suele manifestarse en una mayor desobediencia y, en algunos casos, en actitudes de abierta rebeldía. En un intento de recuperar el control, muchos padres recurren a intensificar los castigos y las reprimendas, lo que genera un círculo vicioso donde los conflictos se vuelven cada vez más frecuentes y difíciles de gestionar. Lamentablemente, son pocos los padres que logran reconocer, sin ayuda externa, que muchas de estas dinámicas disfuncionales se originaron en su propio comportamiento y estilo de vida.

Para que los niños crezcan felices y saludables, necesitan más que amor. Es imprescindible que también cuenten con un entorno estructurado, con rutinas claras, hábitos consistentes y límites bien definidos. La falta de estas herramientas convierte la convivencia familiar en una lucha constante, con agotadoras negociaciones, reproches y conflictos por cuestiones básicas como la comida, el sueño, la higiene, las tareas escolares o incluso el tiempo de juego. Estas discusiones perpetuas no sólo generan frustración en los padres, sino que también desestabilizan emocionalmente a los niños, privándolos del sentido de seguridad que necesitan para desarrollarse.

El orden y las rutinas no son meras herramientas organizativas; son fundamentales para el desarrollo emocional y psicológico de los niños. Un entorno predecible les ofrece estabilidad, calma y confianza, elementos indispensables para su maduración. Cuando los niños crecen en un ambiente estructurado, aprenden a integrar estos valores en su vida, lo que les permitirá, en el futuro, crear relaciones y entornos igualmente estables. Más adelante, cuando alcancen la adolescencia, será el momento adecuado para flexibilizar algunos de estos límites y fomentar una mayor independencia. Pero, durante la infancia, el orden es esencial.

Este principio no se limita a los seres humanos. Ningún ser vivo puede crecer en condiciones de caos e inestabilidad. La naturaleza misma opera siguiendo ritmos, ciclos y patrones que garantizan el equilibrio. Los niños, al igual que las plantas o los animales, necesitan un entorno ordenado para prosperar. Y la única manera de proporcionarles este entorno es a través del ejemplo. Los padres deben esforzarse por gestionar su propio caos interno y externo, enfrentando los desafíos de nuestro tiempo: el estrés, la hiperactividad y la dispersión generalizada. También deben trabajar en sus propios «desórdenes» emocionales, para no transmitirlos inconscientemente a sus hijos.

El proceso de crear un hogar estable y coherente no es fácil, pero sus beneficios son enormes. Muchos padres, al implementar cambios en su estilo de vida, se sorprenden al descubrir que los problemas con sus hijos no eran tan complejos como parecían. A menudo, lo que los niños necesitan no es un control más estricto, sino un entorno donde las normas sean claras, consistentes y respaldadas por el ejemplo de sus padres.

En resumen, la combinación de amor, orden y coherencia no sólo facilita la convivencia familiar, sino que también sienta las bases para un desarrollo emocional saludable. Al adoptar estos principios, los padres no sólo transforman la dinámica familiar, sino que también experimentan un crecimiento personal, descubriendo que la crianza puede ser una experiencia mucho más enriquecedora y satisfactoria de lo que imaginaron.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ingresar

Registro

Restablecer la contraseña

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico y recibirás por correo electrónico un enlace para crear una nueva contraseña.