Es sorprendente la cantidad de personas que acuden a mi consulta hablando en el mismo «lenguaje técnico» que adquirieron en sus terapias previas, casi siempre de corte cognitivo o conductual. Aunque muchas de ellas han encontrado cierta mejora o alivio temporal a través de consejos útiles y técnicas concretas, suelen presentarse exhaustas y frustradas porque sus síntomas más profundos persisten y los motivos detrás de ellos siguen siendo un misterio. Desde la primera sesión, les hablo de la importancia de explorar las causas subyacentes, de indagar en los conflictos inconscientes que originan esos síntomas tan desgarradores. Sin embargo, la mayoría me mira con una mezcla de sorpresa y desconcierto, como si les hablara en un idioma desconocido o mencionara conceptos místicos. «¿El inconsciente? ¿Qué es eso?», parecen preguntarse. Nunca oyeron hablar de este enfoque en sus terapias anteriores, donde se les inculcó una visión que separa el sufrimiento emocional de las raíces profundas que lo originan. Me apena profundamente esta situación, y pienso: «Dios mío, ¡queda tanto por hacer!».

Algunos incluso dicen: «Yo no creo en el inconsciente», como si habláramos de fenómenos paranormales. Pero el inconsciente no necesita que creamos en él para operar. Está ahí, actuando constantemente, como un espacio repleto de emociones no procesadas, recuerdos dolorosos y conflictos no resueltos. Nuestra incapacidad para enfrentarlo es lo que da lugar a los síntomas persistentes que nos atormentan. Es como intentar ignorar un veneno que hemos ingerido: de nada sirve negar su presencia o pretender que pasará solo. Tampoco funciona cubrirlo con paliativos o distracciones. La única manera de sanar es reconocer que existe y hacer el esfuerzo necesario para purgarlo.

En terapia, me encuentro con personas que, inconscientemente, intentan justificar su resistencia a abordar esos «venenos internos». Frases como «mis padres me querían», «ellos también lo pasaron mal», «no tiene sentido remover el pasado», «ya los perdoné», o «es mi responsabilidad salir adelante» son comunes. Este discurso autojustificativo no sólo protege a los causantes del daño, sino que también perpetúa el sufrimiento del paciente. ¿Cómo sanar si seguimos aferrados a explicaciones que solo buscan preservar el statu quo? Muchas veces, me pregunto por qué estas personas buscan ayuda si no están dispuestas a enfrentar el origen de sus problemas. Algunas incluso rechazan cualquier intento de profundizar en su historia, resistiéndose a leer o reflexionar sobre conceptos que puedan incomodarlas.

Esta resistencia no surge de la nada. Es el resultado de siglos de condicionamiento cultural y social. Desde tiempos remotos, las víctimas de maltrato familiar han sido forzadas a callar. El famoso mandamiento «honrarás a tu madre y a tu padre» estableció una narrativa que prioriza la obediencia ciega por encima del bienestar emocional. Durante siglos, las personas con síntomas emocionales fueron estigmatizadas, encerradas en manicomios, sometidas a torturas disfrazadas de tratamientos o, más recientemente, medicadas hasta el punto de adormecer sus emociones. Hoy, la narrativa ha evolucionado hacia terapias superficiales que prometen soluciones rápidas: controlar el comportamiento, minimizar el malestar, pensar «en positivo» y, sobre todo, no «remover el pasado». Sin embargo, el problema persiste, porque el veneno sigue ahí.

El inconsciente no es un concepto abstracto o esotérico. Es el lugar donde guardamos todo aquello que no queremos, o no podemos, enfrentar. Es un sótano oscuro y lleno de trastos que hemos acumulado a lo largo de la vida: traumas, emociones reprimidas, recuerdos dolorosos. Cada uno de esos «objetos» ocupa espacio, pesa y envenena. Mientras más intentemos ignorarlo, más síntomas aparecerán para recordarnos que algo no está bien. La única forma de sanar es bajar a ese sótano, linterna en mano, y empezar a iluminar, limpiar y ventilar.

Las personas que tienen el valor de enfrentar su inconsciente, de explorar ese sótano y poner orden en él, suelen descubrir que, al hacerlo, sus síntomas desaparecen porque ya no los necesitan. Comprenden sus emociones, sus acciones y las razones detrás de su sufrimiento. Y lo más importante: toman decisiones que transforman su vida de manera auténtica y liberadora. Esto no es magia ni brujería; es el poder de la conciencia enfrentando las sombras. Si estás dispuesto a bajar al sótano, descubrirás que allí reside la clave para sanar y ser verdaderamente libre.

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