
Una de las características esenciales del ser humano es su capacidad, o la ausencia de ella, para establecer relaciones profundas con otros. No se trata solo de interactuar de manera superficial, práctica, interesada o por obligación, sino de conectarse auténticamente, con sinceridad y desde el corazón, de forma psicoafectiva. Sin embargo, según mi experiencia, muy pocas personas logran esto. La mayoría de las relaciones humanas están marcadas por la superficialidad, la apariencia, la falsedad y, en ocasiones, la manipulación.
Vivimos rodeados de un sinfín de relaciones simuladas. Falsas amistades. Falsas muestras de compañerismo. Falsas parejas. Falsas solidaridades. Incluso, falsos vínculos familiares y, lamentablemente, hasta falsas psicoterapias. La simulación reina porque muchas personas aspiran a proyectar una imagen que consideren socialmente aceptable, «buena» o deseable. Sin embargo, estas relaciones suelen revelarse como lo que realmente son —meras fachadas— cuando enfrentan la menor dificultad o conflicto. Caen rápidamente, como árboles sin raíces, al primer soplo de viento. Y no se desmoronan porque sean «débiles», sino porque, en realidad, no existían en absoluto.
Pensemos en algunos ejemplos comunes:
– Compañeros de trabajo que han compartido años juntos, pero que se olvidan completamente de quien se despide o se jubila.
– Aliados políticos que, tras décadas de lealtad, traicionan o cambian de bando por conveniencia.
– Amores «eternos» que se rompen con la misma intensidad y facilidad con la que surgieron, convirtiéndose rápidamente en «olvidos eternos».
– «Amigos» de redes sociales que te llenan de halagos efímeros, pero que pronto desvían su atención hacia otros contactos más «atractivos» o «interesantes».
– Familias que, ante un miembro que se rebela o actúa de forma inesperada, lo ignoran o lo excluyen bajo la regla no escrita de «si te he visto, no me acuerdo».
– Pacientes de psicoterapia que abandonan a sus terapeutas con rencor ante cualquier comentario que consideren incorrecto o cualquier inconveniente en el proceso.
– Activistas comprometidos con una causa que abandonan abruptamente cuando aparece un problema que perciben como más urgente o relevante.
La lista podría continuar indefinidamente. Pero, ¿qué permite que este tipo de relaciones tan frágiles, tan vacías, sean la norma? En mi opinión, la respuesta radica en el omnipresente narcisismo humano.
El problema se origina en la infancia, que es la base de nuestra capacidad para vincularnos amorosamente con el mundo y las personas que lo habitan. Cuando un niño no recibe amor auténtico y adecuado, no desarrolla la capacidad de establecer vínculos sanos y genuinos. Lo que queda como resultado es el narcisismo, un mecanismo defensivo y utilitario que guía la mayoría de las relaciones humanas. Este narcisismo se traduce en una serie de interacciones y comportamientos falsos, tales como:
– «Voy a actuar como si me importaras para que creas que estoy de tu lado».
– «Pretenderé que entiendo tus problemas, aunque no lo haga ni me interese realmente».
– «Dime que me quieres, aunque ambos sepamos que no es cierto».
– «Aparentemos que somos cercanos, aunque en el fondo no haya un vínculo real».
En esencia, vivimos en un mundo donde la mayoría de las interacciones son una enorme puesta en escena. Un espectáculo protagonizado por millones de personas emocionalmente huérfanas, desesperadas por llenar un vacío interno que no saben cómo abordar, y por ello, incapaces de amar auténticamente. Desde esta perspectiva, el mundo entero podría definirse como un vasto escenario de engaño emocional. Y, lo más triste, es que esta gigantesca farsa se perpetúa precisamente porque pocos están dispuestos a confrontarla, a reconocerla y a hacer algo para cambiarla.
Mientras sigamos negándonos a ver esta realidad, mientras sigamos eludiendo las raíces de nuestra desconexión emocional, el ciclo continuará. Las relaciones seguirán siendo, en su mayoría, apariencias y conveniencias. Y el potencial humano para construir lazos profundos y verdaderos permanecerá, para muchos, como un ideal inalcanzable.
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