
En los últimos años, se ha popularizado la idea de que los hombres están atravesando una «crisis de identidad». Se dice que están desorientados, que han perdido su lugar en la sociedad, y que necesitan reinventarse para adaptarse a un nuevo modelo de masculinidad. Sin embargo, esta narrativa deja muchas preguntas abiertas: ¿Qué significa exactamente esa crisis? ¿Por qué deberían cambiar los hombres? ¿Cómo y con qué propósito?
Desde mi perspectiva, los hombres no están en ninguna crisis. Los veo como siempre han sido: individuos diversos, con luces y sombras, algunos con conductas dañinas, pero la mayoría esforzándose por ser buenos, por cumplir con los roles que culturalmente han asumido como propios. Muchos buscan proteger, proveer y cuidar a sus familias, intentando ser queridos, necesarios y deseados. A pesar de las limitaciones que puedan tener para expresar sus emociones, derivadas de la educación que han recibido, su necesidad de amor y aceptación sigue intacta. No percibo en ellos una transformación interna que pueda catalogarse como crisis.
Lo que sí observo, en cambio, es un cambio significativo en muchas mujeres, influido por lo que algunos llaman «feminismo radical» o «sexismo feminista». Estas mujeres, quizás confundidas por dogmas ideológicos, parecen haber dejado de valorar las contribuciones y características tradicionales de los hombres. Exigen, de manera abrupta y sin negociación, cambios de conducta que ellos no han sido preparados para asumir. Peor aún, a menudo se les responsabiliza de problemas estructurales sin considerar que ellos mismos también son producto de un sistema que los ha moldeado.
El problema del «contacto cero» entre géneros
En esta dinámica, muchas mujeres adoptan una postura adversarial hacia los hombres, culpándolos colectivamente y exigiéndoles adaptaciones inmediatas a un paradigma que no han tenido oportunidad de construir juntos. Esto genera un ambiente de desconfianza, resentimiento y confrontación. En lugar de fomentar el diálogo y la empatía, se promueve una lucha de poder que afecta profundamente a las relaciones humanas en todos los niveles: parejas, familias, amistades y dinámicas laborales.
El impacto en las relaciones y las familias
Las consecuencias de este conflicto no son menores. En mi experiencia, la mayoría de mis pacientes masculinos se sienten afectados, directa o indirectamente, por esta hostilidad creciente. Al mismo tiempo, muchas de mis pacientes femeninas se sienten atrapadas en un estado de insatisfacción y confusión. Las parejas, en este contexto, funcionan cada vez peor, y los hijos de estas uniones conflictivas crecen en un entorno cargado de tensiones neuróticas y, en ocasiones, de odio sexista.
Esto no significa que no haya problemas reales que abordar en la dinámica entre hombres y mujeres, ni que las demandas de igualdad no sean legítimas en muchos aspectos. Sin embargo, el camino que estamos tomando parece haber desviado la atención del objetivo principal: construir relaciones más sanas, respetuosas y amorosas entre personas, independientemente de su género.
La lucha de las mujeres consigo mismas
En muchos casos, las mujeres que abrazan estas ideologías terminan viviendo peor que sus madres, atrapadas entre expectativas contradictorias. Luchan por ser independientes y poderosas, pero también anhelan relaciones de pareja significativas y familias estables. En lugar de reconciliar estas aspiraciones, muchas desplazan su frustración hacia los hombres, culpándolos de su insatisfacción y perpetuando un ciclo de resentimiento que no lleva a ninguna solución.
Más allá de géneros: un llamado a la humanidad
Al final, no veo hombres y mujeres, sino personas. Seres humanos que aman, odian, necesitan, ignoran, son felices o infelices. Más allá de los discursos ideológicos, el anhelo universal sigue siendo el mismo: sentirse valioso, respetado y amado. Las «crisis» de género, identidad o sexismo parecen más un producto de construcciones sociopolíticas que una realidad intrínseca de nuestra condición humana.
La solución no está en dividirnos más, sino en unirnos. En lugar de exigir cambios desde el resentimiento, necesitamos recuperar el diálogo, la empatía y la capacidad de construir acuerdos mutuos. Si logramos vernos como seres humanos antes que como hombres o mujeres, podríamos superar esta «crisis» que, más que real, parece ser una manifestación artificial de un mundo que ha perdido de vista lo esencial: el amor, el respeto y la colaboración.
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