
Todos hablamos, leemos o escribimos sobre la importancia de la madre. Sabemos, o deberíamos saber, que la figura materna es crucial para el desarrollo psicoafectivo, ya sea positivo o negativo, de millones de seres humanos. Sin embargo, también conocemos a madres que hacen bandera de su papel, presumiendo únicamente de los aspectos positivos de la maternidad, mientras niegan o rechazan sus errores y atacan a quienes se atreven a señalar las inevitables consecuencias de sus actos. Pero, más allá de estas percepciones, surge una pregunta fundamental: **¿Por qué la madre es tan determinante?**
Lo primero que debemos entender es que una «madre» no se limita exclusivamente a la figura biológica. Una madre puede ser cualquier mujer que esté íntimamente vinculada al cuidado de un niño o niña, ya sea en su etapa de bebé, infancia, adolescencia o incluso en la adultez. Es la persona capaz de establecer una relación íntima, protectora y nutricia, siendo proveedora de cuidados, afecto y seguridad para alguien que lo necesita. Los niños, por su extrema vulnerabilidad, son quienes más requieren esta figura esencial, aunque su influencia puede extenderse a otras edades y etapas de la vida.
La importancia de la madre radica en la absoluta dependencia que el hijo tiene de ella. Como seres humanos y mamíferos, los niños pequeños sólo pueden vincularse plenamente con una figura principal, y la madre asume, en la mayoría de los casos, este papel esencial. Es su principal proveedora de alimento físico, emocional y psicológico. Para el niño, durante sus primeros años de vida, **la madre lo es todo**: su refugio, su atmósfera, su modelo de referencia, su diosa mágica, su demonio perseguidor, su felicidad y, en ocasiones, su tormento.
Más allá de esta relación inmediata, lo realmente determinante de la figura materna son las experiencias tempranas que imprime en el corazón del niño. Estas vivencias no sólo quedarán profundamente grabadas, sino que serán la base sobre la cual se construirá su personalidad, su forma de relacionarse con los demás y su actitud hacia la vida. Una buena madre podrá sembrar bienestar y confianza, mientras que una madre negligente o dañina generará inseguridades y neurosis que pueden acompañar al individuo durante toda su existencia.
Por supuesto, la influencia del padre, la familia extendida, la escuela y la sociedad también son relevantes. Sin embargo, estas influencias son, de alguna manera, **subsidiarias de la responsabilidad de la madre**. De la misma forma que un arquitecto puede construir un edificio sólido y hermoso sólo si cuenta con buenos cimientos, la sociedad puede contribuir al desarrollo de una persona únicamente sobre las bases que una buena madre haya establecido. Ninguna influencia posterior podrá cambiar completamente lo que la relación inicial con la madre haya sembrado en el corazón del niño.
El impacto de la madre en nuestra vida es innegable y multifacético. **Nuestra autoestima, nuestra capacidad para confiar en los demás, nuestro sentido de seguridad o inseguridad ante la vida, nuestra espontaneidad o inhibición, nuestra tendencia a la soledad, el miedo o la tristeza**… Todo ello está profundamente influenciado por la calidad de la relación que tuvimos con nuestra madre. Incluso muchos de nuestros síntomas neuróticos, ya sean leves o extremos, están determinados por las experiencias tempranas con ella. La madre, con sus aciertos y errores, sus amores y desamores, sus empatías o sus violencias, deja una huella indeleble en la psique de sus hijos.
Es fundamental recordar que los niños no cuentan con «anticuerpos psíquicos» para protegerse de los fallos maternos. Exactamente como ocurre con las plantas o los animales, están completamente a merced de sus cuidadores. Según cómo la madre los trató, o permitió que otros los trataran, se definirá gran parte de su destino emocional y psicológico. La relación con la madre, ya sea por su presencia o por su ausencia, moldea el núcleo de lo que somos y de cómo enfrentamos el mundo.
### Una llamada a la consciencia
Ésta es, en resumen, la enorme importancia de la figura materna. Por ello, ojalá más mujeres y hombres fueran conscientes de la tremenda responsabilidad que conlleva criar a un ser humano. Entender que su salud emocional, sus conflictos, sus acciones y su nivel de autoconocimiento no sólo afectan su propia vida, sino que **predestinan la felicidad o la desgracia de sus hijos**, podría cambiar radicalmente el mundo en el que vivimos. Si más personas comprendieran la magnitud de esta responsabilidad, si más madres y padres fueran emocionalmente conscientes y trabajaran en su desarrollo personal antes de traer hijos al mundo, **el impacto sería incalculable**.
Criar a un ser humano no es simplemente un acto biológico; es una labor cargada de amor, empatía, reflexión y autoconocimiento. Y sólo cuando asumimos plenamente esta responsabilidad podemos empezar a construir un futuro verdaderamente saludable y esperanzador para las generaciones venideras.
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