
Mucha gente establece relaciones como la espuma: sus afectos surgen con rapidez, pero desaparecen con la misma velocidad. Estos vínculos son superficiales, efímeros, tan volátiles como un saludo pasajero. Hoy te abrazan con entusiasmo, te regalan atenciones, te invitan a comidas y fiestas, se muestran llenos de afecto; pero mañana, ante cualquier circunstancia como una discusión, un cambio de trabajo o simplemente la llegada de nuevas personas a su entorno, parecen olvidarse de ti sin el menor reparo. ¿Por qué sucede esto?
Desde mi experiencia, esta forma de relacionarse basada en la «espuma» social (o grooming) tiene múltiples causas. Por un lado, puede ser una herramienta social útil, una convención que facilita la interacción y alivia tensiones superficiales entre las personas. Pero, más allá de su función práctica, muchas veces también es un mecanismo de defensa emocional. Se trata de un fingimiento automático que emplean, consciente o inconscientemente, las personas más desvinculadas emocionalmente o aquellas que enfrentan mayores conflictos internos. «Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Los afectos espumosos, en este sentido, son una reacción frente a sentimientos de indiferencia, ansiedad, envidia, rechazo o estrés, entre otros. Es una máscara relacional, que sirve para protegerse a uno mismo y, al mismo tiempo, para cumplir con las expectativas sociales.
En un mundo cada vez más regido por lo audiovisual, las redes sociales y lo «políticamente correcto», esta hipocresía afectiva se ha convertido también en una expresión de la frivolización de los sentimientos. Todo parece ser un espectáculo, un exhibicionismo constante de lo que se supone que «deberíamos hacer o sentir» en cada momento. En este contexto, los grupos sociales se ven obligados a proyectar una imagen de «amistad, solidaridad y felicidad» para no quedar atrás en este gran show colectivo. Sin embargo, si preguntas a cualquier persona qué siente o piensa realmente sobre alguien de su círculo, es posible que no sepa responderte. Sus vínculos, en realidad, son tan superficiales que no dejan huella ni generan reflexión.
Por otro lado, los afectos reales, aquellos que surgen de conexiones genuinas, son exactamente lo opuesto a la espuma social. Son sólidos, estables y perdurables. Cuando quieres sinceramente a alguien, no necesitas demostrarlo constantemente con grandes exhibiciones de afecto. Tampoco olvidas a esa persona, incluso si las circunstancias de la vida te obligan a separarte de ella para siempre. Los vínculos auténticos son inolvidables porque nos transforman, nos enriquecen, nos dejan huellas profundas. Todos recordamos, con especial cariño, a aquel viejo amigo, aquel maestro que nos inspiró, un terapeuta que nos ayudó a crecer, o ese compañero de trabajo con quien compartimos momentos significativos. Estas relaciones verdaderas son las que nos llenan el corazón y nos hacen mejores.
Por supuesto, el grooming social, en pequeñas dosis, es necesario para desenvolverse en el mundo. Es una herramienta que facilita las interacciones cotidianas y mantiene la convivencia. Pero es fundamental aprender a distinguir entre estos vínculos superficiales y las relaciones profundas. Más aún, deberíamos priorizar siempre cultivar las segundas: aquellas que realmente valen la pena, que enriquecen nuestra vida y nos conectan con los demás desde lo más auténtico de nuestro ser.
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