Con frecuencia resaltamos la importancia de expresar nuestras emociones, desahogar sentimientos y liberar tensiones internas como una herramienta esencial para aliviar la presión que nuestro inconsciente acumula. Sin embargo, ¿todas las quejas tienen el mismo propósito? ¿Hay diferencias entre las quejas que nos ayudan a sanar y aquellas que, por el contrario, perpetúan nuestras dificultades? Este último tipo es lo que podemos denominar una queja de carácter neurótico.

La queja neurótica es una trampa que nos pone nuestro inconsciente. Aunque parece buscar soluciones, en realidad está orientada a captar la atención, ganar relevancia y obtener pequeñas dosis de afecto de los demás, sin que la persona que se queja realice esfuerzos sinceros para cambiar. Por ello, estas quejas tienden a ser reiterativas, interminables y, muchas veces, abrumadoras. Las personas que las emiten suelen centrarse en sus lamentos incluso cuando los problemas que mencionan son triviales.

Seguro que has conocido a alguien que, sin apenas provocarlo, empieza a relatarte con lujo de detalles su interminable cadena de «infortunios» en aspectos como la pareja, el trabajo, la salud o la vida en general. Incluso, si compartes una preocupación propia, no hay duda: sus desgracias siempre serán más graves que las tuyas. Estas personas necesitan colocarse en el centro de la atención, incluso desde el sufrimiento. Pero, paradójicamente, si les ofreces una solución real y eficaz, suelen rechazarla de inmediato con cualquier excusa. Todo esto es parte de una estrategia inconsciente, una forma de autoengaño neurótico.

Por otro lado, las quejas genuinas y sanadoras tienen un propósito completamente diferente. Son una forma temporal y necesaria de expresar emociones, vitales para el crecimiento personal. Un terapeuta capacitado debe promover este tipo de quejas mientras evita que se conviertan en un hábito que obstaculice el avance. A medida que las quejas auténticas encuentran verdadera escucha y comprensión, su intensidad disminuye. Estas quejas dejan de repetirse constantemente, permitiendo que emerjan procesos de aceptación y tranquilidad. En este punto, los problemas antiguos comienzan a perder relevancia para la persona, abriendo paso a una forma de vida más equilibrada: enfrentando los malestares cuando surgen, pero también disfrutando las alegrías cuando aparecen.

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