Si tengo que pedírtelo, ¡ya no lo quiero!» es una frase muy popular atribuida a una carta de Frida Kahlo a Diego Rivera, pero también la escucho con frecuencia de algunas de mis pacientes. Es una expresión que parece encapsular un modo de pensar que muchas mujeres adoptan en sus relaciones de pareja: la expectativa de que sus necesidades y deseos sean anticipados y satisfechos sin necesidad de comunicación explícita. Aunque puede sonar romántica o apasionada, esta idea revela un trasfondo de egocentrismo y arrogancia.

En este esquema, comunicar las propias necesidades se percibe como innecesario o incluso humillante. Se presupone que la pareja, generalmente un hombre, debería «saberlo» todo de antemano y actuar en consecuencia. Cuando esto no ocurre, cualquier retraso o error en satisfacer esas expectativas es rápidamente interpretado como desinterés, falta de amor o incluso negligencia emocional. Este pensamiento, lamentablemente, a menudo desencadena una cadena de reproches y resentimientos que, con el tiempo, erosionan la relación.

Algunas de las frases justificativas que suelen acompañar esta actitud son:

  • «Él ya tendría que saberlo.»
  • «No hace falta decir estas cosas.»
  • «Es su deber entenderme.»
  • «Yo lo necesito, y punto.»

Sin embargo, cuando se invierte la pregunta y se indaga sobre lo que ellas conocen o hacen por sus parejas, las respuestas suelen reflejar desdén o indiferencia:

  • «Que no se queje, ya le gustaría a él…»
  • «No tengo por qué hacer nada por él.»
  • «Yo lo elegí para que me cuide, no al revés.»

Estas respuestas evidencian una dinámica en la que estas mujeres esperan gratificaciones constantes con el mínimo esfuerzo por su parte. Rara vez consideran las necesidades o limitaciones de su pareja, ni se esfuerzan por comunicarse abierta y sinceramente. Prefieren, en cambio, ser «adivinadas».

El amor como relación desigual

Este tipo de comportamiento suele provenir de mujeres con un estilo emocional infantil o narcisista. Muchas tienen una visión mágica y romántica del amor, basada en la idea de ser objeto de devoción, pero no en dar amor activamente. La relación se convierte, entonces, en una búsqueda unilateral de satisfacción personal, lo que las lleva a elegir parejas que sean débiles, complacientes o con un perfil de «salvador», dispuestas a someterse o esforzarse desmedidamente por agradarlas, ya sea por amor, miedo al conflicto o temor al abandono.

Con el tiempo, estas dinámicas pueden evolucionar hacia relaciones de dominio, donde estas mujeres se convierten en verdaderas tiranas domésticas, estableciendo un entorno donde sus deseos son ley y su pareja queda relegada a un papel de subordinado emocional.

El amor maduro: una construcción mutua

Una relación de pareja saludable no se basa en expectativas mágicas ni privilegios unilaterales. En una unión madura, ambas partes saben comunicarse, expresar sus necesidades, escuchar al otro y construir acuerdos. La relación no es un espacio para ejercer poder o dominio, sino para compartir, ayudarse y crecer juntos. Ninguna de las partes es superior ni actúa como directora del vínculo. Se trata, más bien, de una amistad profunda, donde el respeto mutuo y la alegría de ser compañeros de vida prevalecen sobre las dificultades.

El amor maduro no requiere adivinaciones ni juegos de control. Se fundamenta en el diálogo: «Esto es lo que necesito, ¿puedes y quieres darlo?» Esa sencillez es una forma de respeto y cuidado que fortalece cualquier vínculo.

El daño del «amor mágico»

La idea de que nuestra pareja debería ser capaz de anticiparse a todas nuestras necesidades no es más que un reflejo de heridas emocionales profundas. Este delirio de orgullo y desamor no sólo daña las relaciones de pareja, sino que también afecta otros vínculos, como los que tenemos con nuestros hijos o con la sociedad en general. Por eso, en lugar de perpetuar frases como «Si tengo que pedírtelo, ya no lo quiero», sería más útil y humano promover actitudes que fomenten el entendimiento, la conexión y el amor auténtico.

Una propuesta mucho más sana podría ser:

«Si lo necesito, te lo pido. Si tú puedes y quieres, me lo das. Y si no, hablamos y buscamos juntos una solución.»

Este enfoque, aunque menos dramático, abre la puerta al respeto, al amor recíproco y a la construcción de una relación verdaderamente madura y feliz.

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