Muchos de nuestros consultantes nos dicen: «He aprendido más contigo en pocas semanas que en largos meses (o años) con otras terapias». Esta afirmación siempre me emociona y halaga, pero al mismo tiempo me llena de tristeza. Me lleva a reflexionar: ¿por qué hay terapias tan «lentas»? La respuesta, desde mi punto de vista, es bastante clara. Aunque es cierto que algunos problemas son complejos y requieren un trabajo prolongado, también hay muchos otros que, siendo relativamente «sencillos», podrían resolverse con mayor rapidez si el método aplicado y el terapeuta fuesen más perspicaces. Entonces, cuando nos enfrentamos a conflictos emocionales, ¿deberíamos limitarnos a observar lo superficial, lo evidente? ¿O, como los buenos médicos y detectives, deberíamos adentrarnos en lo oculto, aplicar una especie de «rayos X» para llegar al fondo del problema?

Las causas de nuestros conflictos neuróticos residen siempre, por definición, en la sombra. Nuestros malestares emocionales surgen precisamente porque hemos tenido que esconder esas causas en lo inconsciente, en ese sótano psíquico personal, para poder sobrevivir emocionalmente. Por eso no podemos resolverlas por nuestra cuenta: ¡ni siquiera las vemos! Si fueran visibles, probablemente ya habríamos encontrado una solución. Así, centrarse únicamente en lo que el cliente expone superficialmente, como sus quejas, confusiones o autoengaños, tiene un efecto limitado. Es como intentar curar una herida profunda colocando una venda sin haber limpiado la infección subyacente.

Algunos terapeutas optan por ofrecer aliento constante, dar la razón al paciente o proponer consejos que, aunque bien intencionados, suelen ser imposibles de implementar debido a los obstáculos invisibles que persisten en el interior de la persona. Sin embargo, en mi opinión, si realmente queremos ayudar a nuestros pacientes a crecer y ampliar su conciencia, debemos atrevernos a excavar desde el principio. Debemos buscar esas «piedras» ocultas: miedos reprimidos, confusiones no resueltas, esperanzas que paralizan, intereses inconscientes… Solo al traer a la luz estas dinámicas podemos despejar el camino hacia el cambio real y duradero.

La naturaleza «secreta» de la neurosis es evidente en las propias palabras de las personas que la sufren. Frases como «no sé lo que me pasa», «no entiendo por qué me siento así» o «no puedo controlar esta reacción» son habituales. Y es que la persona no podrá descubrir por sí misma las claves de su problema porque, sin darse cuenta, se las oculta. Lo hace por miedo, por protegerse de un sufrimiento que considera mayor al que ya soporta con sus síntomas. Este mecanismo, aunque comprensible, bloquea cualquier intento de mejora sin ayuda externa. Es aquí donde un terapeuta perspicaz y sensible, que haya trabajado previamente en sus propias heridas emocionales, puede marcar la diferencia.

Sin embargo, este tipo de terapia, que podríamos llamar «terapia de lo oculto», requiere tanto ganas como valor, tanto por parte del paciente como del terapeuta. Es fácil caer en la tentación de buscar solo consuelo: desahogarnos, quejarnos, recibir ideas «positivas» o «herramientas» que maquillen nuestro malestar. Pero lo realmente transformador es arremangarse y trabajar juntos en esa excavación profunda. Es un proceso arduo, como limpiar y ventilar un sótano oscuro, pero también es profundamente liberador y hermoso. Porque lo que enferma no es la verdad, sino las tinieblas de lo inconsciente. Y lo que sana es esa arqueología del corazón, ese acto de desenterrar lo escondido para mirarlo de frente.

Esta es mi experiencia con la terapia más bella del mundo. La que permite que, al finalizar el proceso, el paciente sea mucho más consciente, maduro y autónomo que al comienzo. La que deja huellas imborrables tanto en el paciente como en el terapeuta, quienes recuerdan con una mezcla de tristeza y alegría todo lo que trabajaron, aprendieron y vivieron juntos. Porque, al final, ambos saben que los viajes de este tipo, los que nos llevan al núcleo mismo de nuestras emociones y experiencias, no se olvidan jamás.

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