Es verdaderamente sorprendente que, a pesar de la gran influencia de Alice Miller en el campo de la psicología y su impacto en la comprensión del maltrato infantil y sus secuelas, no se haya desarrollado una escuela terapéutica formal basada en sus ideas fundamentales. Aunque hay terapeutas que la mencionan o toman algunas de sus teorías como referencia, son pocos los que adoptan plenamente un enfoque terapéutico que aliente a los pacientes a confrontar y liberar lo reprimido en relación con su historia familiar, un paso esencial, según Miller, para superar las neurosis.

Además, resulta decepcionante observar que muchos de los seguidores de Alice Miller, aunque se sienten profundamente identificados con sus palabras y encuentran consuelo en ellas, no parecen estar dispuestos a aplicar esas ideas con el coraje y la determinación que la autora proponía. Esto refleja una resistencia generalizada, tanto en la práctica terapéutica como en la vida personal, a abordar de manera directa y valiente las raíces del sufrimiento emocional.

En este contexto, creo firmemente que es urgente y necesario desarrollar un enfoque terapéutico que podríamos denominar «terapia milleriana». Esta modalidad se basaría en las ideas centrales de Alice Miller, quien afirmaba con contundencia:

«Quien no es capaz de condenar inequívocamente lo malvado, lo pérfido, lo rastrero, lo perverso y lo hipócrita [de su crianza y educación], se halla carente de orientación y sometido al imperativo de repetir ciegamente a su vez lo que vivió en su propia carne. [… Pero] Tan pronto como el ser humano deja de estar forzado a eludir la verdad, se le abre, en el fondo, todo un mundo de posibilidades.» (A. Miller, *El saber proscrito*).

Para fundamentar esta propuesta, la terapia milleriana debería caracterizarse por los siguientes pilares esenciales:

1. **El terapeuta como cómplice del paciente.**
El terapeuta debe actuar como un testigo empático y un defensor incondicional del paciente. Su papel es acompañarlo, apoyarlo y guiarlo en la dolorosa revisión de su biografía, sus traumas y sus conflictos emocionales, asegurando que el proceso esté completamente libre de interferencias externas, particularmente de la familia de origen.

2. **Análisis psicodinámico profundo.**
El enfoque debe centrarse en explorar y verbalizar los motivos conscientes e inconscientes que subyacen en las quejas, síntomas y sufrimientos del paciente, tanto en el presente como en el pasado. Este proceso permitirá al paciente comprender y trabajar en la resolución de dichos conflictos.

3. **Neutralidad absoluta.**
La terapia debe estar exenta de cualquier tipo de presión moralizante o dogmática. No se deben imponer objetivos preconcebidos ni expectativas sobre el paciente, respetando su ritmo y sus decisiones.

4. **Reforzamiento del yo del paciente.**
El proceso debe incluir la reconstrucción de una autoimagen sana, el fortalecimiento de la autoestima y la promoción de la autonomía. También debe centrarse en el diseño de caminos concretos hacia el bienestar y la autorrealización.

Para implementar esta modalidad de terapia, tanto terapeutas como pacientes deben cumplir ciertos requisitos. Por parte del terapeuta:

– Haber experimentado y trabajado previamente un proceso terapéutico similar al que propone, para garantizar su capacidad de empatía y autenticidad.
– Estar dispuesto a una implicación personal significativa en el trabajo terapéutico.
– Actuar con total honestidad, evitando iniciar procesos no viables, prolongar innecesariamente la terapia o generar falsas expectativas en el paciente.

Por parte del paciente:

– Mostrar una motivación genuina para el cambio y el crecimiento personal.
– Tener el coraje de explorar su historia familiar y cuestionar los patrones heredados.
– Establecer una relación de máxima confianza y vinculación con el terapeuta y el proceso terapéutico.

A pesar de las altas demandas y desafíos que implica, estoy convencida de que una terapia basada en los principios de Alice Miller es una de las pocas que puede considerarse auténticamente honesta y efectiva. Es una propuesta que rechaza la influencia encubierta de mandatos culturales y familiares que exigen reconciliaciones forzadas, perdones impuestos o la absolución de los responsables del maltrato. En cambio, pone a la víctima en el centro del proceso, respetando su verdad y su necesidad de sanar sin compromisos artificiales.

Necesitamos una nueva generación de psicoterapeutas que sean «testigos iniciados», dispuestos a acompañar a quienes han sufrido maltratos infantiles en un camino de auténtica liberación. Sería una contribución incalculable, no sólo para estas personas, sino también para sus hijos y, en última instancia, para una sociedad que aún ignora en gran medida las raíces del sufrimiento humano.

Ojalá estas reflexiones puedan servir como un pequeño paso hacia ese objetivo.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ingresar

Registro

Restablecer la contraseña

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico y recibirás por correo electrónico un enlace para crear una nueva contraseña.