Este artículo no está dirigido a personas con diagnóstico de TLP que solo busquen consuelo o promesas en la Psicología, sino a quienes desean respuestas sinceras, aunque incómodas, y basadas en experiencia profesional. Por ejemplo, Otto F. Kernberg, en su obra «Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico», expone en detalle que no todos los trastornos de personalidad responden de la misma manera a la psicoterapia. El psicoterapeuta, al igual que un buen cirujano, no ofrece «falsas esperanzas», sino que trabaja con verdades y su conocimiento profesional para ayudar a sus pacientes lo mejor posible.

Hoy en día, algunos expertos han comenzado a describir a ciertas personas que encajan con las características del TLP como «adictas al conflicto» o «adictas al drama». Sin embargo, desde mi punto de vista, esto no hace más que desviar la atención del verdadero problema, fragmentando los síntomas y responsabilizando a la víctima, en lugar de abordar la complejidad de una problemática tan prevalente. Además, refleja nuestra falta de capacidad para entender las raíces de tanto sufrimiento y tomar medidas preventivas ante lo que algunos denominan una crisis emocional entre los jóvenes.

Prefiero referirme a las personas con TLP como «huérfanos furiosos», ya que no son individuos que hallen placer o alivio en relaciones conflictivas (como podría suceder en el caso de algunas adicciones), sino personas profundamente carenciales que se aferran desesperadamente a los vínculos afectivos, sufriendo intensamente cuando estos se deterioran o desaparecen. Las relaciones difíciles que establecen no son una forma de mitigar su malestar, sino una consecuencia de un patrón de interacción disfuncional desarrollado desde la infancia, resultado de un tóxico cóctel de abandono, autodesprecio, agresión y necesidad de control.

Estamos frente a individuos severamente dañados en su infancia (y en ocasiones también en su vida adulta), quienes presentan, en mayor o menor grado, importantes alteraciones en su personalidad. Aunque sus principales síntomas están detallados en manuales como el CIE-10 o el DSM-5, vale la pena recordar algunos y señalar otros menos evidentes que suelen aparecer en consulta.

Las personas con TLP enfrentan un temor abrumador al abandono, relaciones interpersonales extremas y fluctuantes (entre la idealización y la devaluación), y dificultades con figuras de autoridad. A menudo son impulsivos, inestables, con baja autoestima, tendencia a sabotearse, incapacidad para disfrutar y una constante sensación de vacío. En situaciones de alto estrés, pueden experimentar episodios paranoides o disociativos.

Este sufrimiento puede manifestarse en conductas autodestructivas (como promiscuidad, adicciones, gastos descontrolados, autolesiones, ideación suicida o tentativas de suicidio), o en síntomas psicosomáticos (trastornos alimenticios, obsesiones, cefaleas, problemas digestivos, insomnio, taquicardia, entre otros). Estas manifestaciones pueden confundir a profesionales que, al no conocer a profundidad al individuo, ofrecen diagnósticos erróneos o contradictorios.

A menudo, estas personas son percibidas como inteligentes y atractivas, pero su daño emocional provoca que sean frecuentemente abandonadas por otros. Su desconfianza, necesidad de atención, impulsividad, ambivalencia y tendencia a manipular hacen que sus relaciones, aunque fáciles de iniciar, sean muy inestables. Nada ni nadie parece satisfacerles o aliviar su profundo malestar, vacío existencial y creencia de que no merecen ser felices.

Con cada fracaso o conflicto, su temor a sí mismos aumenta. Este miedo surge al percibir fugazmente la realidad de sus actos, lo que los lleva a una espiral de culpa y arrepentimiento de la que intentan escapar culpando a los demás. Esto genera frustración y agotamiento en su entorno, ya que ningún esfuerzo parece suficiente para calmarlos o hacerlos sentir mejor.

Estas personas, al no haber podido madurar emocionalmente en un entorno de aceptación y amor, viven en simbiosis con sus figuras de maltrato. Buscan inconscientemente relaciones similares a las de su infancia, sintiéndose atraídos por personas dañinas mientras rechazan a aquellas más afectuosas. Este patrón genera vínculos marcados por dinámicas de poder y componentes sadomasoquistas, en los que se someten a los fuertes y dominan a los más pacíficos.

La terapia con personas TLP presenta grandes desafíos y, en muchos casos, está destinada al fracaso. Estas personas suelen carecer de autocrítica y tienen una autoconciencia limitada, lo que les dificulta aceptar consejos o pautas. Cualquier interpretación o cuestionamiento puede ser percibido como un ataque. Su verdadero deseo en terapia es ser escuchados y contenidos, lo que puede convertirse en una trampa para terapeutas inexpertos. Las confrontaciones y desacuerdos suelen deteriorar el vínculo terapéutico, llevándolo a su ruptura.

Para muchas personas con TLP, la terapia no es un camino hacia el autoconocimiento, sino un sustituto de relaciones interpersonales ausentes o conflictivas. Muchos abandonan el proceso al encontrar un nuevo vínculo afectivo, mientras que otros pueden convertirse en pacientes altamente demandantes durante años. En la mayoría de los casos, su estrategia de supervivencia continúa funcionando mientras sigan obteniendo la atención que buscan.

Solo cuando estas estrategias dejan de ser efectivas, algunos (los menos afectados) pueden buscar y aceptar ayuda terapéutica, enfrentando poco a poco su sufrimiento y logrando, con el tiempo, mayor calma emocional. Sin embargo, esto requiere profesionales experimentados capaces de manejar altos niveles de conflicto y frustración.

Para el resto, insistir en curarlos o alimentar falsas esperanzas no tiene sentido, ya que estas personas, tras años construyendo muros defensivos, no desean realmente cambiar. Solo aquellos sinceramente dispuestos a crecer podrán alcanzar mayor felicidad.

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