
Si observamos con atención, podemos notar que muchos adultos, al despedirse de un niño para dejarlo en manos de otro cuidador —sea un familiar, un profesor, un monitor en una excursión o cualquier figura temporal de referencia— suelen recurrir a frases como: «¡Pórtate bien!», «¡Sé bueno!», «¡No hagas de las tuyas!», o incluso advertencias más estrictas del tipo: «¡Que no me entere yo que te has portado mal!». En contraste, es menos común escuchar despedidas como: «¡Diviértete mucho!», «¡Que lo pases bien, te echaremos de menos!», o cualquier mensaje que transmita afecto, confianza y alegría. Esto no es un detalle menor, sino una prueba clara de que la cultura de la **DOMA** sigue predominando sobre la cultura del **AMOR**.
Cuando hablamos de doma, hablamos inevitablemente de límites. De esa vieja y siempre controvertida cuestión que preocupa a padres y educadores sobre la necesidad imperiosa de «poner límites» a los niños. Es cierto, como todos sabemos, que los límites son esenciales para la convivencia en sociedad, en pareja, en familia y, por supuesto, en la crianza. Las normas, la contención, lo permitido y lo prohibido constituyen una parte fundamental del desarrollo humano. Sin embargo, muchos padres, en lugar de cuestionar su trato, sus actitudes y la calidad de atención emocional que brindan a sus hijos, pretenden solucionar todos los problemas exclusivamente mediante límites. Se aferran a prohibiciones, premios y castigos como si fueran la panacea para corregir las consecuencias de una crianza defectuosa.
### Límites como respuesta al agotamiento parental
¿Qué ocurre cuando unos padres emocionalmente frágiles, que no recibieron el amor necesario en su infancia, se sienten abrumados por las demandas prácticas y emocionales de sus hijos? Esos padres, a pesar de sus buenas intenciones, pueden acabar cuidando a sus hijos con desgana, frustración y hasta irritación. Cuando el niño, en su angustia, llora más, grita más o busca llamar la atención de maneras cada vez más evidentes, estos padres, incapaces de entender el trasfondo emocional de la situación, terminan etiquetándolo como «manipulador», «caprichoso» o «malcriado». En ese punto, su respuesta habitual es recurrir a una escalada de límites y castigos: «¡Cállate!», «¡Métete en tu habitación hasta que yo te diga!», «¡Si no te portas bien, no saldrás con tus amigos!» o «¡Castigado sin móvil!». Así, sin darse cuenta, repiten el ciclo de incomprensión y falta de empatía que probablemente vivieron en su propia infancia.
Lo que estos padres no alcanzan a comprender es que sus hijos no están tratando de manipularlos, sino de **sobrevivir emocionalmente**. Su «mal comportamiento» es, en realidad, una manifestación de hambre emocional, un grito desesperado por atención, amor y conexión. Pero en lugar de alimentar ese vacío, los padres aplican límites que no hacen más que aumentar la desconexión y la desesperación del niño. Es como castigar a alguien hambriento quitándole el último trozo de pan.
### El impacto del amor y la atención
Cuando los niños —al igual que los adultos, los animales y las plantas— reciben la atención y los cuidados necesarios, su comportamiento mejora de forma natural. Sus ansiedades, temores y frustraciones disminuyen porque se sienten atendidos y comprendidos. Como resultado, ya no necesitan recurrir a gritos, pataletas o comportamientos desafiantes para llamar la atención. Simplemente se calman, se sienten seguros y comienzan a comportarse de manera mucho más serena y cooperativa. Esto no ocurre por arte de magia ni por la aplicación de un «método» especial, sino porque el amor y la empatía son los mayores reguladores emocionales que existen.
### Reflexiones para padres y cuidadores
Para que los límites sean efectivos y no se conviertan en un parche violento para tapar carencias, es importante tener en cuenta algunas ideas fundamentales:
1. **El exceso de límites es un síntoma de fracaso en la crianza.** Cuando la relación entre padres e hijos está basada en dominio, imposiciones y violencia verbal o emocional, el amor queda desplazado. Los límites no deberían ser una herramienta de control, sino un complemento necesario dentro de un marco de amor y respeto.
2. **La armonía surge del entendimiento.** Los niños tienden a adoptar normas y hábitos de manera natural cuando se sienten comprendidos y valorados. Por imitación, gratitud y deseo de pertenecer, los niños incorporan los valores de su entorno sin necesidad de que se les impongan mediante amenazas o castigos.
3. **Los límites deben ser amorosos y empáticos.** Es posible —y necesario— establecer límites de manera afectuosa, sin recurrir al miedo o a la culpa. La sana autoridad parental no tiene por qué ser autoritaria. Se trata de guiar y proteger, no de dominar.
4. **Los conflictos tienen un trasfondo emocional.** En lugar de centrarse exclusivamente en corregir conductas problemáticas, los padres deben intentar comprender las circunstancias y emociones que las provocan. Sólo atendiendo a las causas subyacentes podrán resolver los problemas de manera duradera y sin recurrir a la violencia.
5. **Sanar nuestras propias heridas.** Si los adultos se permiten reflexionar sobre cómo fueron tratados por sus propios padres y trabajan para aliviar las heridas de su infancia, podrán romper el ciclo de frustración y desconexión. Aprenderán a ver a sus hijos como seres humanos con necesidades legítimas, no como fuentes de molestias o desafíos constantes.
### La sociedad del AMOR frente a la sociedad de la DOMA
Si los adultos empezaran a criar desde el amor y no desde la doma, las familias dejarían de ser lugares tensos, llenos de reglas arbitrarias, gritos y castigos. En su lugar, se convertirían en espacios de aprendizaje, conexión y felicidad compartida. Al alimentar el corazón de los niños con empatía, respeto y atención genuina, las dinámicas familiares mejorarían significativamente, y muchas de las tensiones que hoy parecen inevitables desaparecerían.
En un mundo así, la cultura de la doma, que prioriza el control y la corrección, sería sustituida por una cultura de amor y cuidado, donde todos —niños y adultos— pudieran florecer en un ambiente de confianza y comprensión mutua.