A ninguna persona medianamente razonable se le ocurriría ir a una expedición de alta montaña acompañada por cuatro guías distintos. Cada uno provisto de sus propios mapas, tecnología, cuerdas y materiales. Cada uno firmemente convencido de que la ascensión debe abordarse por una vía concreta. Cada uno con sus experiencias, teorías y datos completamente distintos a los de los demás. ¿Creéis que en estas circunstancias cualquier persona podría dar un solo paso? ¿Cómo podría decidir qué camino seguir si cada guía insiste en una dirección diferente? El caos sería inevitable, y la expedición quedaría paralizada antes de empezar.

Sin embargo, en el mundo de las terapias, algo muy similar ocurre cada vez con más frecuencia. Muchas personas que, en su día, eligieron a un terapeuta para trabajar en sus problemas, simultáneamente siguen e interactúan con otros profesionales a través de redes sociales, consumen textos e informaciones provenientes de enfoques terapéuticos distintos, y se empachan de contenidos que a menudo contradicen lo que están aprendiendo en consulta. Estas personas pueden llegar a un punto de tanta confusión que, ante un problema o una duda, en lugar de acudir al terapeuta con el que ya están trabajando, contactan con alguno de esos otros «guías» desconocidos, buscando respuestas que creen inmediatas o más adecuadas.

Esto ocurre, en gran medida, porque muchas personas, especialmente aquellas que arrastran problemas vinculares, ven la terapia como un servicio más, como si se tratara de ir al dentista o al mecánico. En su concepción, la terapia es simplemente un intercambio transaccional: el paciente habla, el terapeuta escucha y, en algún momento, ofrece consejos o soluciones que el primero evalúa según su propia subjetividad. Este tipo de relación superficial y carente de profundidad genera una gran desvalorización del vínculo terapéutico, al que se percibe como sustituible, reemplazable o complementable. Así, cambiar de terapeuta o consultar a varios a la vez parece tan inofensivo como cambiar de peluquería para encontrar a alguien que corte mejor el pelo.

Lo que muchas personas no entienden es que sujetarse a muchas manos es, exactamente, lo mismo que no sujetarse a ninguna. Trabajar con múltiples terapeutas o consumir masivamente contenido contradictorio no solo no enriquece el proceso, sino que lo obstaculiza gravemente. Una buena terapia no es un collage de teorías y métodos escogidos al azar; es un proceso profundo que requiere la construcción de una alianza sólida entre dos personas. Este vínculo se basa en la confianza mutua, el esfuerzo conjunto y la concentración en un único camino trazado de manera deliberada y coherente.

Cuando el paciente banaliza la terapia, fragmenta su proceso y busca respuestas en múltiples lugares, dificulta enormemente el trabajo terapéutico. Esta dispersión de enfoques genera confusión, desacredita el rol del terapeuta y, en última instancia, impide que el paciente alcance un verdadero alivio o sanación de sus heridas. La terapia deja de ser un espacio de seguridad y profundidad emocional para convertirse en un mero ejercicio de consumo, de recopilación de «tips» y estrategias desconectadas que no tienen la capacidad de abordar la raíz de los conflictos.

Además, esta trivialización de la psicoterapia no solo afecta al paciente en cuestión, sino que tiene consecuencias más amplias. Cuando la terapia se percibe como algo prescindible, superficial o fácilmente sustituible, se socava su valor y su legitimidad como herramienta para la transformación personal. En un mundo donde las redes sociales y el acceso ilimitado a información están al alcance de todos, la psicoterapia corre el riesgo de desaparecer como un arte profundo y relacional, reducida a simples consejos de autoayuda o recetas rápidas que no tienen la capacidad de cambiar vidas.

Por todo esto, es fundamental que tanto pacientes como terapeutas reflexionen sobre la importancia del compromiso y la exclusividad en el vínculo terapéutico. La terapia no es una transacción más; es un proceso de introspección y cambio que solo puede funcionar plenamente cuando ambas partes se entregan a él con seriedad, paciencia y confianza. Como en la alta montaña, solo un guía nos llevará hasta la cima de manera segura. Intentar seguir a varios a la vez solo nos llevará a perdernos en el camino.

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